Me sumé a la misión 6000+ como Amiga de TECHO y desde entonces mi vida se llenó de aprendizajes y emociones que nunca olvidaré. Descubrí la fuerza de mis manos al usar un azadón, una barra o un taladro para fijar tejas, y la paciencia de calcular niveles y hacer cuentas para que los pilotes quedaran perfectos. Pero, sobre todo, descubrí la fuerza del corazón cuando se entrega al servicio. Aprendí de personas apasionadas por ayudar y sentí la solidaridad en cada jornada. Viví la generosidad de las familias en los gestos más simples: un tinto compartido, una sopa recién hecha, una gaseosa servida con cariño. Compartí con los niños, recordando la alegría de jugar, y fui testigo de cómo los sueños de las familias se hacían realidad frente a nuestros ojos. Al final del día regreso a casa cubierta de tierra y sudor, a veces con ampollas en las manos, pero con el alma llenísima de amor y con una certeza profunda: quiero seguir ayudando, porque cada momento en TECHO me recuerda que juntos podemos construir esperanza.